También yo fui pasando por Bernarda
septiembre 13, 2019Por los Senderos de nuestra Historia
mayo 7, 2020Por Cristian F. Martin.
El mundo, la vida, el amor, la creación ha venido cambiando a lo largo de nuestra historia. La tierra muta y se desplaza hacia otras y nuevas sensibilidades, nos enfrenta a espacios en los cuales, nosotros, como creadores, como personas de teatro nos transforman y nos brindan nuevas posibilidades de ver la vida, de vivir la vida. Las personas que renacimos en el teatro y, por el teatro, nos hemos dado cuenta que crear, en cualquier parte del mundo, es un acto de resistencia, de perseverancia y, por lo tanto, un acto de amor. El poder del amor es para el teatrista el impuso por el cual se mueven sus más íntimas y profundas sensaciones y emociones. El amor es ese capricho extraño, es esa ave veleidosa del paraíso – dice el titiritero cuando sube al escenario a desnudar su alma -.
El amor es lo que nos convierte en mejores seres humanos, pero a la vez, el amor es el que nos hace preguntarnos en dónde estamos, quiénes somos, qué queremos hacer, hacia dónde queremos llegar. El amor es, al igual que todo lo anterior, el impulso para hacer memoria y la memoria es el corazón del teatro, de la representación, de la creación escénica. Hacemos memoria a través del teatro porque consideramos que los conflictos son puestos ante la escena para ser observados, transformados y entendidos desde todas las posibilidades que podemos llegar a imaginar por medio de la poesía, del convivio, de esa poíesis corporal que se gesta cuando nos congregamos alrededor de un acto estético.
En algún tiempo o momento o quizás otro universo escuchamos a un maestro cuya encarnación se posaba sobre un ingenioso hidalgo, de apellido García y de renombre Santiago que nos iluminaba haciéndonos entender que el teatro es la posibilidad de hablar de lo que nos duele y de lo que nos alegra; que el teatro es el único lugar en el cual no podemos naufragar, claro, no es fácil sortear las difíciles marejadas, es un arte de alto riesgo, pero con la satisfacción de poder disfrutar cada instante que llegamos a vivir en él.
¡Ay, Santiago, por qué nos has abandonado!
Abandonado, abandono, abandonar… sí, estamos en tiempos en los cuales pasamos por crisis, miedos y perturbaciones que nos cuesta hasta la vida. Nosotros decimos: No a los muros, no a las fronteras, a los límites, al espacio demarcado por nuestras emociones, pensamientos y maneras de hacer teatro. Nosotros, como artistas somos enemigos de lo que no nos hace generar un diálogo, un debate, somos enemigos de la violencia, la inequidad y la intolerancia en la creación teatral. Por eso, como nos lo dice nuestro viejo y querido amigo Benedetti, hagamos un trato ¿sí? Un trato en el que coincidamos con la idílica y maravillosa idea de hacer un grupo de teatro donde confluyan todas las posibilidades de crear, de ser.
Conformemos, pues, un espacio teatral donde todas nuestras visiones de la vida se conviertan, cuales mariposas amarillas, en hermosos sonetos que viajen a través de los vientos impulsados por nuestras emociones.
Por eso, desde nuestras inquietudes y nuestras ganas de tener un acercamiento más profundo con el teatro, nos encontramos ante una responsabilidad en la que debemos buscar estrategias, metodologías y contenidos que nos ayuden, primero, a mitigar esas transformaciones que está teniendo el mundo, segundo, generar espacios de diálogo y reflexión alrededor de la praxis teatral y tercero, llevar el plano de lo real, la vida misma, al plano de la subjetividad, es decir, al plano de la creación, del teatro, para que así, entre todos, podamos alzar nuestra voces a través del hermoso lenguaje de la escena.